“Emociona hasta la extenuación total.” comenta Osvaldo Bayer en la contratapa de Página 12 (sábado 8 de noviembre), quién presenció el espectáculo en
Es que “Estalla, silencio!” sintetiza todo el amor, los sueños de un futuro mejor contrapuestos al horror, a la tortura y a la muerte pero con la esperanzada y tenaz persistencia de las Madres, llevando a los asesinos camino a la justicia.
Y de repente entran en el amplio galpón seres vestidos de negro en altos zancos. Son los artistas del Teatro de la Calle, que representan la obra Estalla el silencio. Los seres en negro, en zancos y con armas desde arriba, y los jóvenes que luchan por un mundo mejor, de blanco, con libros y volantes. Aparece, también, el amor, en un balcón, con una Julieta que espera y un Romeo que la mira desde abajo con flores y la rodea de versos. Pero de pronto, por el balcón se asoman dos caricaturas uniformadas, siniestras. Uno ordena y el otro obedece a gritos. Se inicia así ya, en el escenario, el fin de la juventud y su amor. Ese fin es patético. Emociona hasta la extenuación total. Los movimientos de la desesperación, de la tortura, la más cobardes de las ferocidades y cobardías. El terror uniformado como método del poder absoluto. La muerte contra la vida y el amor. Un ballet trágico, desconsolador. Pero por la calle ancha aparece una mujer con la cabeza cubierta con un pañuelo blanco. Y levanta un enorme retrato de Julieta, ya desaparecida.
Fin. La emoción sólo permite el silencio. Los actores no salen a agradecer, queda sólo allí la Madre, elevando infinitamente el retrato de su hija.
Ni Chéjov habría podido mostrar así la “muerte argentina”. La desaparición y su “obediencia debida”.
Los obreros se mantuvieron de pie, los demás espectadores no hicieron ningún movimiento. Nadie se movió. Hasta las máquinas parecieron guardar silencio.
De inmediato, el representante de los obreros de Fasinpat habló diciendo que jamás abandonarán esos talleres, donde la voz de las asambleas ha triunfado hasta ahora sobre todos los subterfugios de los ex patrones y de la cobardía de políticos y jueces que recurren al tiempo y al papeleo burocrático para no definirse.
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